9.12.10

Moriré en París en un día lluvioso... será un jueves. Iré caminando por lo Campos Eliseos sintiendo la lluvia en mi rostro. Escucharé las gotas golpear las hojas delicadamente, golpeando el pavimento, cayendo sobre los carros, cuyas luces apenas se distinguen en la tarde con neblina.

Caminaré lentamente, libre de pensamientos, libre de preocupaciones. Sólo música resuena en mi cabeza. Vagas imágenes aparecen, como recuerdos borrosos de una noche de copas.
Súbitamente, el claxon de un automóvil color vino me devuelve de mi trance. Todo pasará tan rápido, todo queda reducido a un instante.

Moriré un lunes a las once en punto, un viernes a las tres en el jardín, recortando una flor o en la cocina de una pastelería; moriré de una sobredosis de azúcar a causa de aquellos adictivos chocolates de la alacena de mi abuela; moriré al caerse la canastilla de aquella vieja rueda de la fortuna de la feria local.

Moriré un viernes, en un parpadeo, en un respirar. Moriré el sábado justo después de despertar. O quizá muera un domingo, recostada en el sillón, consumiendo programas y novelas de mala calidad. Moriré en un mesabanco durante una monótona clase, resolviendo algún teorema o imaginando la solución de una pregunta compleja. 

Moriré simplemente, un segundo contenido de una existencia irreal. Moriré en algún momento...o quizá ya haya muerto hace algún tiempo atrás.